domingo, 26 de diciembre de 2010

VIDA DE CRISTO EN NOSOTRAS A TRAVÉS DE LA CONSAGRACION A MARÍA


Quiere decir que nos empeñaremos en el cultivo y crecimiento del árbol de la vida “la Consagración a María” que es el grano de mostaza (Cf. Mt. 13,31 y Mc. 4,31), que, en realidad siendo la más pequeña de las semillas, crece y eleva tanto su tallo y se convierte en un arbusto de tal manera que las aves del cielo van a cobijarse en sus ramas, reposan a su sombra y se esconden de las fieras.

No hay duda que desde nuestra infancia en el Hogar familiar aprendimos a amar tiernamente a esta bondadosa Madre y tal vez recordemos algunos episodios como el que amaba recordar el Papa Juan XXIII, que había vivido cuando tenía cuatro años: Un acto de devoción a María Santísima. Su Madre, Mariana Mazzola Roncalli, lo había llevado con sus hermanitos a una pequeña Iglesia. No pudiendo entrar porque estaba llena de fieles, había una sola posibilidad de ver la venerada estatua de la Virgen. A través de una de las ventanas laterales de la puerta de entrada, más bien ala y con rejas, mi madre me subió en sus brazos, diciéndome: “Mira, angelito, mira la Virgen cómo es bella. Yo te consagro todo a ella”.

Siempre en el diario del alma, en mayo de 1963, pocos días antes de su muerte, el 3 de junio de 1963, escribe que fue siempre fiel a la devoción que había aprendido en su infancia, de venerar a la Virgen María: Jesús en el Sacramento y en el Sagrado Corazón, la Sangre Preciosa, la Virgen Santa, San José, los santos, el ángel custodio y los difuntos…
Siempre en su diario espiritual transcribe, ya en edad avanzada, la poesía que aprendió en su primer año de clase.

Cuán suave es al corazón tu nombre,
Oh María,
Toda dulzura mía, viene de tu nombre.
¡Qué bella idea de amor, que de este nombre
acogiste!
¡Qué bellos deseos encendidos, permanecen
en mi mente!

con el Fiat de María y renovemos nuestra Consagración.

V/. ¡He aquí la esclava del Señor!
       Hágase en mí según tu palabra.

R/. “Soy toda tuya,
       Y todo lo que tengo te pertenece,
       ¡Oh mi amado Jesús!,
       Por María nuestra Santísima Madre”.

              (Cf. Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen, 233).